"Allá en la cárcel le sujetaron los pies con grilletes y le pusieron la cabeza en cepo de hierro..." Salmos 105:18 NBV
Hace poco que encontré estos versículos. Me he leído toda la Biblia, pero por alguna razón no recuerdo haberlos visto antes. Siempre me ha fascinado la historia de José, el chico consentido y soñador a quien sus hermanos vendieron como esclavo sin saber que terminaría convirtiéndose en gobernador de todo Egipto, pero al escuchar esta sombría referencia en los salmos, por primera vez mi corazón entendió la realidad de su proceso.
Creo que siempre hubo algo distinto en él, una especie de destino profético, un favor especial del Altísimo; por eso me resulta tan duro verlo allí, encadenado a las frías paredes de una oscura y húmeda celda, sucio y malholiente, grillete al cuello como un perro rabioso. Se me hace más fácil imaginarlo ya bañado y afeitado, vestido con ropas de lino finísimo, llevando en su cuello el collar de oro de la realeza egipcia y en su dedo el sello de autoridad absoluta del Faraón.
El problema con José era que nació para ocupar un lugar de privilegio en el seno de una familia profundamente dividida. Su padre Jacob estaba casado con dos mujeres. Raquel, la madre de José era el amor de su vida; desde el día en que la conoció quedó impactado por su belleza, la eligió entre todas, decidió que valía cualquier sacrificio. Lea, en cambio no era su tipo; apenas tenía 'ojos delicados' (o tal vez defectuosos), carecía de atractivo femenino, una mujer poco agraciada, como un bulto de ropa en una esquina. Además, ella era la piedra en el zapato, el gato por liebre de su suegro, la condición suficiente y sobre todo necesaria.
Jacob se esforzaba cada día para no parecer injusto, después de todo Lea tenía potencial para parir un ejército ella sola, y todo sin proferir la menor queja. Tomó a los hijos de Lea y los colocó en una balanza con el amor de Raquel, la estéril, en el lado opuesto. Solo tenía que mantener sus emociones bajo control y pensar que, tal vez, una cosa compensaría a la otra... hasta que nació José! La balanza familiar se quebró de un duro golpe, los sentimientos de Jacob quedaron a flor de piel, sus emociones se desataron como caballos salvajes.
Imagino que Jacob despertó una mañana y mandó a llamar a José: "Querido hijo, ves esta hermosa túnica de colores? Las mujeres de la familia la hilaron especialmente para ti de la mejor lana y los más vivos tonos. Ves lo larga que es? Solo la gente importante tiene una de estas. Ellos, y tú! Quiero que la uses siempre, debes llevarla puesta para que cualquiera que te vea, aún desde lejos, pueda reconocerte. Te amo tanto que quiero que todos sepan que eres José, mi consentido, mi único, la fibra misma de mi corazón.”
Espera un momento! Un pensamiento acaba de cruzar mi mente y creo que llega para cambiarlo todo. Por un momento no sé si te estoy hablando de José o del otro. El es el otro consentido en grilletes, el otro amado en desgracia. Tanto así que el profeta Isaías dijo de él: "Fue un hombre marcado por el dolor y habituado al más amargo sufrimiento" (Is 53:3 NBV); y también: " ...fue Dios mismo el que decidió humillarlo y hacerlo sufrir hasta la agonía" (Is 53:10 NBV)
El es Jesús! el favorito del Padre, a quien sin saberlo apuntaron no solo los numerosos sufrimientos de José, sino también su final exaltación y gobierno. Él es quien ha recibido toda autoridad de las manos del Padre, a quien se ha dado un nombre que es por encima de cualquier otro en el cielo, en la Tierra, o debajo de la Tierra. Él es Jesús! El heredero de todas las cosas, quien se ha sentado a la derecha del Padre hasta que todas las cosas le sean sujetas, hasta que toda rodilla se doble ante él y toda lengua le llame Señor. Sobre él profetizó David cuando dijo:
"Tú eres mi hijo. Hoy mismo te he concebido. Pídeme, y te daré como herencia todas las naciones del mundo. ¡Tuyos serán los confines de la tierra! ¡Gobiérnalas con vara de hierro; rómpelas como vasijas de barro!”
Salmos 2:7-9 NBV
De repente, puedo comprender la historia de José
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