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Foto del escritorIvonne Montejo

La Mesa del Padre

Actualizado: 1 oct 2019

En el estudio de hoy abordaremos el tema de las ofrendas de paz que se describen en los capítulos 3 y 7, vrs. 11-37 del libro de Levítico. Su nombre hebreo era zebaj shelamim, de donde la relacionamos con la palabra shalom, que significa paz.

¿Recuerdas cuál era el propósito de los holocaustos? Su propósito era la expiación por el pecado, por lo que la totalidad del animal se consumía en el altar. ¿Cuál crees que fue el propósito de las ofrendas de paz?

La ofrenda de paz era una especie de comida festiva cuyo objetivo era el de expresar amistad, paz y compañerismo con Dios y con el prójimo. Generalmente se ofrecía voluntariamente en agradecimiento al Señor, pero también podía darse como resultado de algún voto especial.

El animal en cuestión podía ser una hembra, o un macho sin defecto, del cual solamente la grasa era ofrecida al Señor.

“Cuando alguno ofrezca sacrificio de ofrenda de paz al Señor para cumplir un voto especial o como ofrenda voluntaria, del ganado o del rebaño, tiene que ser sin defecto para ser aceptado; no habrá imperfección en él.” (Levítico 22.21)



Ya habrás leído que la Biblia se refiere en numerosas ocasiones a la “grosura” o grasa, como la mejor parte de algo. La oveja de cola gorda, típica de las tierras bíblicas, se caracterizaba por tener una cola excepcionalmente larga y pesada, por lo que constituía un alimento exquisito y altamente apreciado.


Pienso que es muy interesante que los antiguos israelitas se vieran obligados a ofrecer toda la grasa en lugar de comerla. Ellos no entendían mucho de nutrición y probablemente se sintieron un tanto limitados por este mandamiento; sin embargo, para nosotros hoy resulta obvio que al entregarle lo mejor y más preciado al Señor, el pueblo de Israel estaba en realidad beneficiándose de una dieta saludable. No hay duda que el propósito divino no es el de privarnos de ciertos aparentes placeres de la vida, sino el de protegernos y equiparnos para triunfar. Su amor se manifiesta en los más mínimos detalles.


Una vez separada la grosura, el sacerdote oficiante recibía su parte, y el resto se devolvía al oferente a fin de que pudiera compartirlo con otros y comerlo juntos en presencia del Señor con alegría y gran celebración.

Leamos el v. 17 de Levítico 3 para ver qué otra prohibición aparece explícitamente aquí:

“Estatuto perpetuo será por todas vuestras generaciones, dondequiera que habitéis: ninguna grasa ni ninguna sangre comeréis.”

Como ya te habrás percatado, esta prohibición tiene que ver con la sangre. ¿Por qué los israelitas no deben comer la carne con la sangre hasta hoy? Vayamos a Deuteronomio 12:23:


“Sólo cuídate de no comer la sangre, porque la sangre es la vida, y no comerás la vida con la carne.”

En otras palabras, la sangre representa la vida misma, y el pueblo de Israel tenía que respetar la vida de la misma forma que respetaba al Creador de toda vida. Los israelitas veían la sangre como algo de gran valor y significado, con lo que sin saberlo, apuntaban al sacrificio del Mesías. El apóstol Pedro nos recuerda cual fue el precio que Dios mismo pagó para rescatarnos del pecado:


“Pues ustedes saben que Dios pagó un rescate para salvarlos de la vida vacía que heredaron de sus antepasados. No fue pagado con oro ni plata, los cuales pierden su valor, sino que fue con la preciosa sangre de Cristo, el Cordero de Dios, que no tiene pecado ni mancha.” (1 Pedro 1:18-19)

Lo que Pedro nos dice aquí es que todos nosotros nacimos esclavos de un poderoso amo, que es el pecado, pero Dios estuvo dispuesto a pagar el precio de rescate más alto por nosotros, la sangre del Cordero perfecto, sin defecto alguno, para desligarnos de nuestra obligación con el pecado y por lo tanto de las consecuencias eternas de una vida sin Dios.


Cristo es el Cordero del holocausto de expiación, él es la ofrenda del grano que murió para dar vida a muchos, pero él también es nuestra ofrenda de paz. ¿Qué significa que Cristo es nuestro sacrificio de paz? Imaginemos la forma de una cruz, hay un tronco en sentido vertical y otro en sentido horizontal. En sentido vertical, la sangre derramada por Cristo como sacrificio de paz nos trajo reconciliación con Dios. Recordemos que el sacrificio de paz se comía en la presencia de Dios. Leamos Colosenses 1:19-22:

“Porque a Dios le agradó habitar en él (en Cristo) con toda su plenitud y, por medio de él (de Cristo), reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz.
En otro tiempo ustedes, por su actitud y sus malas acciones, estaban alejados de Dios y eran sus enemigos. Pero ahora Dios, a fin de presentarlos santos, intachables e irreprochables delante de él, los ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante su muerte…”

En sentido horizontal, la sangre de Cristo nos trajo paz con nuestros semejantes y nos hizo parte de la familia de Dios. Recordemos que el sacrificio de paz era una ocasión para compartir una comida juntos en comunidad, sin embargo, esta era una comunidad exclusivamente israelita. Prestemos atención a las palabras de Efesios 2:11-19 donde se nos habla a nosotros, los no judíos, que no pertenecíamos originalmente al pueblo de Dios, pero que hemos sido adoptados dentro de ese pueblo a través del sacrificio de Cristo:

“…Recuerden que en ese entonces ustedes estaban separados de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, a ustedes que antes estaban lejos, Dios los ha acercado mediante la sangre de Cristo.
Porque Cristo es nuestra paz: de los dos pueblos ha hecho uno solo, derribando mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba (…) Esto lo hizo para crear en sí mismo de los dos pueblos una nueva humanidad (versiones dicen “un hombre nuevo”) al hacer la paz, para reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo mediante la cruz, por la que dio muerte a la enemistad. Él vino y proclamó paz a ustedes que estaban lejos y paz a los que estaban cerca. Pues por medio de él tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu.
Por lo tanto, ustedes ya no son extraños ni extranjeros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios…”

¿Será que la Iglesia realmente ha venido a sustituir al pueblo de Israel como pueblo de Dios? Claro que no! Dios todavía tiene planes para los que pertenecen a ese pueblo. Lo que Dios hizo fue invitarnos a nosotros para participar de la celebración de su gracia. El nos introdujo en su familia, para que podamos participar del pacto y de las promesas a las que antes no teníamos acceso; para que podamos sentarnos a la misma mesa espiritual con ellos, no como extraños, sino hijos de un mismo Padre y miembros de la familia de Dios.


Si ya eres un cristiano bautizado, es muy probable que hayas participado de la Santa Cena o la Cena del Señor. La Santa Cena tiene una connotación simbólica relacionada con los sacrificios de paz en el Antiguo Testamento. Cuando participamos de ella, estamos recordando y confirmando que somos parte de la familia de Dios, porque participamos de la sangre y del cuerpo de Cristo, el Cordero del sacrificio de paz. Lo más emocionante acerca de la Santa Cena es que es una especie de ensayo de algo que sucederá en el futuro, donde todos los que tomamos parte de Cristo, celebraremos juntos en la presencia de Dios y del Cordero para siempre.





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