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Levítico 14: Obediencia Absurda

En el estudio bíblico pasado tratamos el tema de la lepra en las Escrituras, incluyendo el procedimiento establecido por la Ley Mosaica para lidiar con esta condición en el campamento de Israel. Más tarde establecimos un paralelismo de 4 puntos entre la lepra y el pecado en general, y tocamos parte de la relación entre el pecado y las enfermedades.


Recordemos brevemente los versos 45-46 del capítulo 13 que describen la situación de una persona luego de ser declarada impura a causa de esta enfermedad:


Levítico 13:45-46:

Y el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: !!Inmundo! !!Inmundo! Todo el tiempo que la llaga estuviere en él, será inmundo; estará impuro, y habitará solo; fuera del campamento será su morada.


El capítulo 14 de Levítico habla sobre la restauración de una persona luego de ser sanada o limpia de esta enfermedad. También al final del capítulo se describe el procedimiento a seguir para limpiar una vivienda que fuese afectada por la plaga.



Con respecto a la restauración de la persona, podemos hablar de purificación en un doble sentido, práctico o sanitario, y también en el sentido ritual o ceremonial.


En el sentido práctico o sanitario, la persona que se encontraba a sí misma sana de su enfermedad, debía presentarse al sacerdote a fin de que este pudiera examinarla y dar fe de su sanidad. Esta parte tenía lugar aún fuera del campamento. Al constatar la sanidad, el sacerdote realizaba la purificación ritual establecida por la Ley, utilizando para ello dos aves limpias, madera de cedro, hilo de grana e hisopo. Después de la ceremonia, la persona debía raer todo su cabello y lavarse bien, al igual que toda su ropa, a fin de poder entrar al campamento. Una vez adentro, el ex-leproso estaba obligado a quedarse 7 días fuera de su tienda, al final de los cuales volvía a raerse todo el pelo del cuerpo, a lavar toda su ropa y a sí mismo con agua, y finalmente podía entrar a su tienda.


Al llegar el esperado octavo día, la persona debía presentarse delante de Jehová en el Tabernáculo para ofrecer los sacrificios que estipulaba la Ley en este caso. Como en otras ocasiones, a las personas menos favorecidas económicamente se les permitía ofrecer un sacrificio menos costoso, el cual equivalía perfectamente al sacrificio regular de dos corderos sin defecto, una cordera de un año sin tacha, tres décimas de efa de flor de harina y un log de aceite para ofrenda amasada.


Es posible que recuerdes el relato de Jesús y los 10 leprosos en Lucas 17:11-14:


Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea.

Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!

Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados.


¿Dónde vivían estos leprosos? Probablemente a las afueras de la aldea. ¿Por qué se pararon de lejos? Porque ellos sabían que eran impuros y no podían acercarse a las personas sanas. Cualquiera que los tocara, además de quedar impuro también, podría contraer su enfermedad. Así que está claro que nadie lo hacía. Es muy interesante que en esta ocasión, el Señor les mandó a presentarse directamente al sacerdote. Jesús no pronunció una palabra de sanidad sobre ellos, él simplemente les pidió que realizaran un acto de fe: les pidió que fueran a mostrarse al sacerdote, antes de poder comprobar su sanidad. Es decir, ellos se volvieron aún enfermos y llenos de llagas, pero dice Lucas, mientras iban fueron limpiados. Imagina qué habría sucedido si uno de ellos decidiera no mostrarse al sacerdote, después de todo, nada había sucedido aún. La historia continúa diciendo que sólo uno se mostró agradecido, pero todos fueron sanados y todos tuvieron la fe suficiente para emprender camino en la dirección correcta.


Esta historia me recuerda el pasaje de Naamán y Eliseo. En el estudio pasado dijimos que Naamán era un capitán del ejército sirio y hombre de gran valentía. Desgraciadamente su brillante carrera militar se vio eclipsada por la lepra. Al escuchar de la existencia de un poderoso profeta en Israel, el rey de Siria decide enviar a su valioso capitán al rey israelita para ser sanado, acompañado de una carta y una caravana de regalos. La reacción del rey de Israel puede leerse en 2 Reyes 5:7, ¿Soy yo Dios, que mate y dé vida, para que éste envíe a mí a que sane un hombre de su lepra?


¿No te parece increíble que el rey de Israel no pensara por un momento en el profeta Eliseo? Evidentemente, no había muchas sanidades ocurriendo en Israel en ese tiempo! Sin embargo leemos sobre el profeta Eliseo que la unción que había en él era tan grande que, aún después de muerto, sus huesos resucitaron a un hombre. Jesús dijo: Muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio (Lucas 4.27). ¿Por qué ninguno fue sanado, sino sólo un extranjero? La respuesta es que no fueron sanados porque no creyeron a los profetas! Ellos no recibieron el mensaje de Dios que trae libertad! En lugar de eso, los líderes políticos y religiosos del pueblo rechazaron la Palabra de Dios y se deshicieron violentamente de los mensajeros! Sin embargo, Dios estableció que ellos primero tenían que obedecer, y después serían sanados.


Muchas veces, cuando somos del Señor, la enfermedad es una señal de que Dios está lidiando con nuestras vidas. ¿Eres alguien receptivo a la reprensión y la corrección de Dios? No mates al profeta que viene a traerte sanidad! La misma palabra que te corrige y te amonesta de parte de Jehová, es la que trae sanidad!


Ahora, Naamán vino desde lejos, tuvo fe para venir a Israel. Las Escrituras dicen que al saberlo Eliseo, mandó a buscar al sirio, pero al llegar Naamán con su caravana de regalos, el profeta ni siquiera salió a la puerta de su casa para recibirlo. Eliseo le envió a Naamán un mensaje, diciendo: Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio (2 Reyes 5:10). Bueno, esto es lo mismo que hizo Jesús con los 10 leprosos, él les pidió que mostraran su fe al realizar un acto absurdo de obediencia. Absurdo digo porque todos sabemos que el agua del Jordán no tiene poderes curativos para sanar a un hombre leproso. He estado ahí y me pareció hermoso, de un profundo significado simbólico y religioso, pero no es un río particularmente llamativo en lo natural. El propio Naamán se sintió ofendido por la actitud del profeta:


2 Reyes 5:11-12

Y Naamán se fue enojado, diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra.

Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado.


A primera vista, el profeta Eliseo no llenó las expectativas de Naamán. Claro, este hombre era un extranjero y no estaba familiarizado con la Ley Mosaica. El no sabía que para Eliseo estaba prohibido el tocar a un hombre impuro; tampoco sabía que la Ley establecía una purificación ritual en aguas corrientes. El era un adorador de ídolos paganos, no era parte del pueblo de Dios; aún así él necesitó fe para obedecer la condición absurda que el profeta le había puesto.


Imagina cómo sería en la práctica. El probablemente tuvo que zambullirse varias veces antes de comenzar a ver algún progreso, pero dice la Escritura que al final su piel lucía como la de un niño. ¿Qué habría pasado si Naamán hubiera decidido volver a causa del gran enojo que sentía? ¿Qué habría sucedido si él hubiese desistido después de zambullirse las primeras 6 veces? Cuando continuamos leyendo la historia, nos damos cuenta de que Dios estaba tratando con el orgullo de este hombre, por lo que al sumergirse en el Jordán y quedar limpio, él reconoció que solamente Jehová, Dios de Israel, puede sanar, y que los dioses de su gran nación no eran más que ídolos.


Una de las formas como Dios trata con nuestras vidas durante la enfermedad, es mandándonos a realizar algunos actos absurdos de obediencia, cosas que a primera vista no parecen tener sentido, pero que al final están destinados a educarnos en su propósito. Por regla general, usted tendrá que obedecer antes de ver, y es posible que lo primero que vea no sea algo que llene sus expectativas.


Otro detalle interesante es que Naamán tuvo que deshacerse del orgullo y de la ira. Es probable que una persona acumule una gran carga de estos y otros sentimientos similares cuando está pasando por una situación de enfermedad, pero si miras bien, te darás cuenta de que estos sentimientos casi descalifican a Naamán para recibir su sanidad. La mejor actitud que podemos tomar ante una condición física, por difícil que esta sea, es siempre una actitud humilde y de sumisión a Dios. La razón para elegir tener esta actitud es que nunca deberíamos descalificarnos a nosotros mismos para recibir la gracia de Dios.


En la parte ceremonial, todo ex-leproso era purificado ritualmente mediante el procedimiento que dictan los versos 4-7. Por cuestiones de tiempo resumamos los pasos:


a. Una de las avecillas tenía que morir, mientras la otra era puesta en libertad después de ser rociada con algo de la sangre de la primera.


La sanidad tiene un precio; es un producto de la obra de Cristo en la cruz. Como dice Isaías: Por su llaga, fuimos nosotros sanados. La avecilla que era liberada simbolizaba una vida nueva para la persona. De la misma forma, a través de su muerte y resurrección, somos liberados del poder del pecado y de sus consecuencias.


b. El sacerdote utilizaba madera de cedro, hisopo e hilo de grana, probablemente para construir una especie de escobilla con la que rociaba a la persona en cuestión. Demos una mirada rápida a estos componentes:


Cedro: Una madera dura y altamente apreciada, símbolo de la arrogancia y la opulencia. (Otra posible traducción aquí es enebro en lugar de cedro, ya que este era un arbusto que podría encontrarse creciendo en abundancia entre las grietas y hendiduras de las montañas rocosas del Sinaí.)


Grana: Era un poderoso tinte de color rojo carmesí o escarlata, que se obtiene macerando la cochinilla o quermes, y con el cual se teñían la lana y otros materiales. El color de la grana es muy parecido al de la sangre, y también era bastante difícil de lavar, por lo que el profeta Isaías lo utiliza como símbolo del pecado y la violencia en 1:18,


Isaías 1:18

Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.

Hisopo: Es una pequeña planta que crece en abundancia en las tierras bíblicas y que puede encontrarse sobre las rocas, terrazas y paredes. Por su características, ha sido utilizada para rociar líquidos, como condimento, y con fines medicinales. El hisopo como símbolo de purificación es mencionado por David en su oración del Salmo 51.


Salmo 51:7

Purifícame con hisopo, y seré limpio; Lávame, y seré más blanco que la nieve.


Imagina como el sacerdote ataba el hisopo al mango de madera, utilizando el hilo carmesí. De la misma forma la sangre de Jesucristo nos limpia de toda contaminación de pecado y nos libra de la maldición del orgullo y la arrogancia.


Un leproso vino y se postró, rostro en tierra, delante de Jesús; él dijo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Me pregunto qué pudo llevar a este hombre a pensar que Jesús pudiera no querer sanarlo. La verdad es que muchos de nosotros pensamos así cuando atravesamos momentos difíciles. Nuestra fe cede al orgullo de creer que Dios es injusto e insensible al dolor que experimentamos como seres humanos. Jesús respondió al leproso: Quiero; sé limpio. Y le tocó.


No importa lo que algunos puedan pensar, no es el deseo, ni el plan, ni el propósito de Dios que usted y yo seamos afligidos con diversas enfermedades. El dice: Quiero que estés bien, quiero que seas restaurado a un estado de bienestar, quiero que seas limpio de todo pecado y de la lacra que trae consigo. El no se alejó por temor a contaminarse; le tocó por que él es el que purifica, él que limpia, perdona y restaura la vida. Permita que Jesús derribe el orgullo que no le permite dar un paso absurdo de fe y obediencia en la dirección de su sanidad.


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